Nací un 5 de abril, en plena primavera valenciana. Mi primera infancia, hasta los tres años y tres meses fue “normal”. Y en el mes de julio del 61 me convertí en una de los miles de niños que cayó en las redes de la pandemia de la polio. Por la edad no recuerdo dramas, que seguro los hubo en un primer momento
Tardé como año y medio en volver a caminar. Los viajes al Sanatorio de la Malvarrosa eran diarios. A los seis años empecé el colegio. Me encantaba. Siempre que no estaba en la calle jugando con los vecinos, me entretenía mucho jugando a maestras.
Mi padre trabajaba duro y eso que era un hombre mayor. Sus amigos me querían mucho e hicieron la “Peña Papi”. Apoyaron mucho a mi padre en los momentos más duros.
Mi madre, gran luchadora, nunca me compadeció, ni me dejo compadecerme. Al contrario siempre me estimuló.
Con 8 años me mandó 15 días a unos campamentos que hacía La Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Valencia a Santa María de Aguas vivas.
Desde entonces y hasta que me casé he ido de acampadas y campamentos.
Allí encontré a mi primera amiga-hermana
Y en un campamento también conocí a mi marido, Rafa.
Cuando lo conocí me dijo que lo único que le había costado era adaptarse a mi paso.
Los campamentos me dieron mucho
Mi vocación estaba en pleno apogeo. Con 17 años empecé primero de magisterio, recién operada del pie.
En estas decisiones siempre he estado apoyada por mi familia
Empecé a trabajar Recién cumplidos los 21 y hasta los 59 estuve trabajando en el mismo Colegio.
Mi integración en Colegio fue normal, de novata, al principio.
Mis compañeras me comentaban algunas veces que no notaban mi cojera.
Y los niños cuando me veía me preguntaban que por qué llevaba un zapato más grande que el otro. Les decía que tenía una pierna mas corta y que lo necesitaba pero, que no me dolía.
Me he realizado y disfrutado con los niños.
En el colegio encontré otras dos amigas hermanas.
Cuando me preguntas lo que ha sido más complicado para mí como mujer y discapacitada ha sido demostrar a personas con ciertos prejuicios que estaban equivocados. Me tenido que esforzar más en algunas ocasiones. Y lo más difícil fue en los últimos años de trabajo, cuando apareció el Síndrome Postpolio y ya no podía ir de excursión con mis alumnos.
Dejar de trabajar fue uno de los sucesos mas duros que he pasado.
Siempre he encontrado personas que me han tratado con naturalidad, por quien soy y no por mi cojera.
El mundo asociativo lo conocí el último año de trabajo, gracias a José Vicente García, que presentaba su libro “Sueños de escayola” en la Malvarrosa. Gran escritor y desde entonces gran amigo.
A partir de ese momento comencé a interesarme por la asociación que se estaba formando y entré a formar parte de los promotores de donde salió APIPCV.
Un tiempo después formé parte de su junta directiva durante un par de años.
En la asociación también encontré grandes amistades
Hoy en día voy en silla de ruedas.
Mis piernas me fallan.
Fue un momento duro. Pasar de caminar a la silla de ruedas. Pero ha sido tan bueno poder llegar a los sitios donde hace años que no podía ir¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡
La realidad, aunque parezca idílica, hay momentos muy duros de dolor y desesperanza. Considero y creo firmemente que se puede ser muy feliz. Aunque tengamos nuestras limitaciones hemos de ver más allá. Todos somos capaces.
Como mujer en el ámbito de la discapacidad, creo que aún puedo aportar mi granito de arena. Ahora en COCEMFE VALENCIA, en su junta directiva. Intentando estar al lado de las asociaciones y trabajando duro en la accesibilidad.
Desde aquí quiero dar gracias a todas las personas que de una manera u otra me han ayudado a lo largo de mi vida.
Muchas gracias
Quiero dedicar esta entrevista a mis hijos y sobrinos que aprendieron a andar cojeando.