Todo lo que he hecho hasta ahora, si lo pienso con distancia, es una serie de cosas que no debería haber hecho. Y, sin embargo, hice.
A los 17 años, cuando quedaba un mes para que cumpliese los 18, tuve que coger un tren para irme a Madrid a estudiar. Fue algo muy repentino. No he vuelto a casa desde entonces. He vivido en Getafe cuatro años, luego en Madrid otros cuatro y llevo viviendo en Valencia desde verano de 2018. El último año y medio, he vivido solo. En Getafe hice la carrera; en Madrid me explotaron en un par de sitios, como a toda persona de mi generación; y no ha sido hasta que he llegado a Valencia que he encontrado un trabajo estable, donde se me valora y me siento más que a gusto. Debo decir que de mi parte tengo todas las ventajas asociadas a un hombre blanco cis hetero mediocre cuya familia no ha pasado apuros económicos extremos.
Se podría pensar que soy muy valiente por haber hecho esto todo pese a mi enfermedad. No puedo correr, me cuesta mucho caminar, cualquier escalón o bordillo alto es un esfuerzo desmedido, no puedo cargar con peso y tampoco levantarme de una silla con normalidad. Hacer lo que hago pese a todo lo que no puedo hacer no es valentía; es inconsciencia mezclada con una cabezonería ignorante.